Las Delicias de Villa

Nos bajamos en un paradero al que llamaban Casa Blanca luego de estar sentado mas de una hora en el ómnibus. Habíamos salido de un paradero en el centro de Lima en la que había un montón de buses y mi mamá escogió uno anaranjado diciéndome que iríamos a nuestra nueva casa. Empezamos a caminar por un terral muy largo dejando atrás a unos enormes arboles y llegamos a un punto en que ese terral se acabó. Mi madre se quedó mirando como no sabiendo donde ir, pero luego nomas echó la vista para arriba y comenzamos a subir una cuesta todita de arena y era una vaina caminar, los pies se hundían a cada paso. Todo lo que se veía era solo arena y arena y unas cuantas casas. Por fin, después de subir por un largo rato mi madre me dijo allí era nuestra casa. Era un cuadrado de esteras y como puerta de entrada una de ellas recogidas que nos daban espacio para meternos. El espacio interior se veía pequeño, pero pude ver una cocinilla, un catre con un colchón fungiendo de cama y un baúl. Mi madre me dijo que fuéramos donde la vecina del frente que le había hecho señas para ir a su casa.

- Pase doña Tulita - dijo una señora joven, que mi madre llamaba Rosaurita - Siéntate aquí hijito - me dijo ella.

La vecina tenia una vivienda mejor con una sala y cocina, su esposo era albañil y le había levantado esa casita. Estábamos en la segunda zona de ese lugar lleno de arena. Alrededor habían solo casitas de estera que poco a poco comenzaron a transformarse en casas de concreto. Mi madre también comenzó a construir nuestra casa con ayuda de vecinos que eran albañiles y mi madre les pagaba de a poquitos. El propósito de esas viviendas, según lo planificado por las autoridades, era promover la crianza de animales, como una suerte de granjas. Así mi madre empezó con tener Pavos, palomas, patos, gallinas y hasta gallos de pelea.

Nosotros los niños no usábamos zapatos, no tanto por pobreza, sino que era imposible usarlos en ese arenal y lo común era estar descalzos. Parado desde mi casa al frente podía ver, primero la casa de nuestra vecina la señora Rosaura y a lo lejos el imponente y famoso cerro La Estrella, lugar donde seria nuestro principal centro de diversión. A mi derecha una loma cortada por un camino que daba a otra zona, donde se extendía Las Delicias de Villa. A la izquierda una loma mas accidentada, no era solo de arena, sino tenia muchas piedras que nos dañaban nuestros pies descalzos y al otro lado estaba un pueblo joven (así le decían) llamado Buenos Aires de Villa. eran viviendas de solo doscientos metros cuadrados, a diferencia de los nuestros que eran de mil metros cuadrados. Y atrás, en la parte baja de las Delicias de Villa, estaba primero un abismo algo grande, pero de arena, que la conocíamos como La Calichera. Un lugar fantástico para los chibolos que éramos. El abismo podría ser como de dos pisos, pero abajo tenia un verdor impresionante de plantas silvestres y se llenaba de agua en largas temporadas, pero que no pasaban de nuestra cintura. Otro lugar favorito para jugar. Mi padre y hermanos comenzaron a llegar a regañadientes, no se acostumbraban a vivir en un arenal sin agua ni desagüe ni luz eléctrica. Acostumbrados a vivir en la ciudad mis dos hermanos mayores iban y venían, ellos tenían un

departamento en Santa Cruz-Miraflores. Poco a poco las viviendas aumentaron y comenzaron a aparecer los negocios: una tienda, una panadería. Pero lo que aumentaron en números fueron los perros, cada familia tenia hasta tres perros muchos de ellos muy bravos, que eran el terror nuestro.

En los bajos de Villa, por donde pasaba la carretera sur o Panamericana sur, esta, separaba a las Delicias de Villa de una tremenda y bellísima hacienda que la conocíamos como Venturo. Tenia un enorme extensión que terminaba en las orillas de un bravísimo mar, donde estaba el exclusivo club de Villa, de la clase mas ficha de Lima. También en los bajos de Villa funcionaba la escuela primaria donde asistí a mi transición y primero de primaria, a cargo de la profesora Noema de Alva y de la bellísima profesora Aranda. Allí vivia también un jovencito, hermano de la profesora llamado Arturo Aranda, quien luego tendría participación en las guerrillas del 65, conjuntamente con el lider

Luis de la Puente Uceda, que falleciera en su intento de hacer su revolución. La ciudad quería prosperar y se eligió una directiva para su mandato. Se deseaba pavimentar las pistas de acuerdo al mapa diseñado. Pude ser testigo aun siendo muy pequeño de las primeras camionadas de ripio que se usó para hacer mas fácil el acceso de los automóviles que comenzaron a llegar. Del empuje de su gente por sacar a los camiones del atolladero de arena, colocando piedras, cartones, tablas para ayudar, la solidaridad era muy grande. El robo no fue ajeno a la naciente ciudad y tampoco de la respuesta de la población, que en varias oportunidades atraparon ladronzuelos a los que amarraban a un tronco y era flagelado, antes de ser entregado a la policia. Los pilluelos que robaban en las Directivas también se daban en esa década de los sesentas y que originaban protestas de los socios que puntualmente pagaban sus cuotas.El dirigente mas apreciado era sin duda el señor Peralta, de quien no se su nombre, pero la población lo apreciaba mucho pues era uno de los que había propiciado y hecho gestiones con el gobierno para lotizar estos terrenos.

El cerro La Estrella era el lugar de exploración y donde nosotros los niños jugábamos en sus arenales virginales, caminábamos descalzos entre esas dunas de arena y jugábamos nuestra serie favorita: Combate. Fuimos testigos que detrás del cerro en esa hondonada enorme, encontramos decenas de trincheras, llenas de huesos y uniformes amarillentos, de mochilas rotas, de botas con la suela abierta y balas, enormes balas. Hoy las autoridades hacen una fiesta cuando en alguna construcción se encuentra los restos de soldados de la guerra del 79; cuando allí en los arenales de Villa había montones de restos de una guerra, que parecía que había sido reciente. Nadie les dio cristiana sepultura, todos fueron abandonados a pesar de estar cerca de Lima y que era lugar de entrenamiento del ejercito.

Cruzando este lugar de las trincheras, pasando una segunda loma, aparecía como un espejismo una enorme laguna en pleno desierto. No había explicación, simplemente estaba allí y se convirtió en la playa de los vecinos de Villa y los de San Juan de Miraflores. La laguna fue llamada también La Laguna de la Brujas debido a que cobró muchas víctimas que se ahogaron en sus aguas. Nosotros éramos visitantes continuos y mis hermanos, excelentes nadadores se la cruzaban frecuentemente.En la parte alta de la segunda zona había un lugar en la que se criaba ganado vacuno y muchas ovejas. La chivatera, así la llamábamos a una quinceañera que los pastaba en

compañía de muchos perros pastores que hábilmente guiaban al rebaño. Nosotros corríamos detrás de la manada disfrutando del espectáculo, de los corderillos que saltaban y eran muy traviesos y no mantenían la disciplina de los mayores y eran corregidos por los perros pastores. Veiamos en el rebaño muchas veces los nacimientos de las orejitas o chivatos que se daban en pleno camino. Sin duda era un bello recuerdo de mi niñez.

Fueron vecinos nuestros la familia Martell, la familia Morales y los Jimenez. Hubo una familia de afroperuanos en que la señora era una saumadora de la procesión del Señor de los Milagros y era conocida como tal, se le apreciaba en las fotografías que se publicaban en la época. Esta señora tenia la costumbre de insultar a voz en cuello a sus vecinos y desde su ventana daba gritos a los cholos, así nos llamaba y daba rienda suelta a sus rabietas con las groserías respectivas del mas alto calibre. Sin embargo sus hijos eran un pan de Dios, el mayor era músico de trompeta, que se le escuchaba cada tarde practicarla y el menor era un negrito simpático y educado con un enorme carisma y muy querido por la vecindad, ironías de la vida. La hacienda Venturo era el lugar de paseo por sus enormes plantaciones y sus bellos árboles a donde íbamos a pasar la tarde. Muchas veces lo hacíamos con los vecinos a sacar maíz cuando estaba ya entrando la noche, a veces teníamos éxito y lográbamos recoger un saco de choclos y otras veces salimos corriendo cuando el guardián se daba cuenta y nos disparaba perdigones. Sin embargo, cuando cosechaban papas y camotes, luego de terminada la faena de los obreros, el capataz, seguramente con autorización del propietario, avisaba que tal día habría “rebusca” así se denominaba este tipo de acto. Todos nos colocábamos detrás del tractor y cuando éste arrancaba y removía los surcos de la tierra, entonces lo que salía nosotros lo tomábamos y llenábamos nuestros costales, era una verdadera fiesta. Hoy me gustaría visitarla y como luce después de tantos años; que será de aquel arenal que rompimos su virginal suelo, clavándole palos con esteras y piedras para sostener las primeras viviendas y a punta de esfuerzo salir de nuestras pobrezas. Si, quisiera recorrer nuevamente esta inmaculada ciudad de Las Delicias de Villa.

La visitadora



Genoveva duda antes de ir al área donde trabaja José Francisco, ella es una mujer separada que lucha por sacar adelante a su familia compuesta por dos hijos aun pequeños. Labora en una factoría cuyos dueños son judios en los suburbios de Nueva York. Luego de dos años de haber sido abandonada por su esposo, pudo sobrevivir a la dura rutina de este país. Pensó repetidas veces regresar a su lugar de origen en Centroamérica, pero no deseaba volver fracasada y ser la comidilla de chismes de su familia. Dentro de todo el problema que es vivir con las limitaciones de ser una mujer sola, le había llegado uno adicional. Sentada en su cama, justo antes de elevar la oración que acostumbraba junto a sus dos pequeños, se dio cuenta que se había enamorado nuevamente. En principio se resistía a creerlo, no era posible tamaña empresa  a la que se iba a someter. No era definitivamente una novata en el amor y nadie podía darle consejos a quien sabía lo que es el bien y el mal. 

El cuerpo le temblaba y sentía emociones no previstas cada vez que lo veía. Le parecía mentira sentir lo que sentía y a veces le parecía una ridiculez de su parte. – No voy a orar porque me siento pecadora- dijo.  Acostó a sus hijos y se fue a dormir tratando de poner su mente en blanco. Luego de una semana había conseguido que él tome su refrigerio con ella, es decir a la misma hora de los tres horarios que brindaba la empresa. Se daba cuenta del extraordinario trabajo que había hecho, de interesarlo y lograr que la “química” entre ambos se incrementara. Él era casado con dos hijos también. Diariamente ella lo visitaba en su sección  buscando cualquier motivo de trabajo y cuando no lo había, iba igualmente a estar a su lado, pese a que sabía de las habladurías que provocaba. Estoica se mantenía firme en su posición. Toda la factoría sabía que ella pretendía al boricua casado. 

Las miradas que se cruzaban eran elocuentes y los motivos por las que continuamente paraban juntos eran injustificables. Una tarde a la hora del refrigerio no estaban en el comedor, luego de la hora de rigor aparecieron nuevamente. Genoveva había conseguido aquello que había buscado desde un principio, satisfacer su deseo de mujer. Buscando un pretexto ambos fueron al auto de él  por  “algo” que realmente no existía, sus miradas habían hablado ya muchísimas veces lo que sus labios no decían. 

En la soledad del estacionamiento el auto fue reposo y albergue de sus deseos, un breve chapuzón de amor que ella prodigaron en el más absoluto silencio. El temor a ser vistos, el riesgo del lugar, los apuros propios del horario y el espacio disponible, habían hecho del encuentro unos minutos inolvidables,  con la adrenalina a su máximo nivel.  Genoveva era el punto del chisme diario en la factoría con todo tipo de adjetivos a sus espaldas. Sin inmutarse ella continuaba en su rutina diaria de visitarlo a su sección y quedarse por el tiempo que ella consideraba prudencial. 

Siempre con una sonrisa en su rostro ella se paseaba por la factoría y era infaltable a la hora del refrigerio que compartía con el boricua. En las noches antes de acostarse elevaba sus oraciones sin los resquemores del principio, el sentimiento de culpa fue desapareciendo. Ella decía que Dios comprendía su situación y que no podía ser impedimento para pedirle, salud y bienestar para su  hogar.

Chiquián, la tierra de Mamá



Me levanté una mañana muy temprano a desayunar para ir a la escuela, era mi primer año de secundaria si mal no recuerdo. Llegué al comedor y estaban todos lo primos allí juntos alrededor de la mesa en total eran nueve, siete varones y dos mujeres. Desde el primo mayor Willy pasando por los gemelos que yo siempre confundía los nombres mas el último  bebé a quien llamábamos Pocho.

Cada quien tenia una función especifica como poner la mesa colocar los platos en orden y luego proceder a servir los respectivos desayunos. Una vez terminado cada quien seguía con la tarea asignada como lavar las tazas, platos y guardarlos ordenadamente.

Era Chorrillos del 67 ¿el lugar? La nueva Urbanización Los Laureles en la que el tío Víctor había comprado un chalet para instalarse definitivamente en Lima, luego de su prolongada estadía en un lugar llamado Chiquian nombre que yo había escuchado repetidas veces de labios de mi madre desde que había tenido uso de razón.


Ese año mi familia mudó de Las Delicias de Villa hacia el centro de Lima y yo estaba matriculado en el Colegio que después seria la Gran Unidad Escolar José de la Riva Agüero a cursar mi primer año de secundaria. La distancia desde mi nueva casa a Chorrillos era bastante lejos y mi madre hizo los arreglos con la tía Teodora para quedarme durante este primer año escolar en su casa de Chorrillos.

Tengo los mejores recuerdos de esa época en la que nos divertíamos con todos los primos jugando pelota, trepando el Morro Solar y bajando a la playa Agua Dulce.

El primo Hugo era el segundo de la numerosa familia y que yo además de convivir en la casa de los tíos, lo veía diariamente en el Riva Agüero donde ambos estudiábamos, yo iniciando la secundaria y él terminándola.

Por cuestiones de afinidad en la edad Hugo mantuvo mucha comunicación con mi hermana y así a pesar de la distancia y las esporádicas veces que nos vimos, supimos siempre de sus andares como cuando ingresó en 1969 a la Escuela Militar de Chorrillos donde hizo una brillante carrera militar, alcanzando el grado de Coronel del Ejercito Peruano.

Pero el primo nunca olvidó su paso por este lugar llamado Chiquian donde seguramente guardaba los mejores recuerdos de su niñez y adolescencia. A pesar de tantos años en la capital no opacaron ningún detalle de lo vivido en este pueblo enclavado a 3390 m.s.n.m. y del que nunca se desligó.

Él, hace unos años publicó un libro titulado “30 DE AGOSTO EN EL PUEBLO DE CHIQUIAN”

Donde ha hecho un serio y excelente trabajo de investigación sobre este maravilloso lugar describiéndolo todo, desde su reseña histórica pasando por sus costumbres, tradiciones, pintorescos lugares, sus comidas típicas y toda la parnefalia que compone la celebración de sus fiestas, especialmente la del 30 de Agosto día de Santa Rosa Patrona del pueblo.

Tuve la suerte de conocer Chiquian a los diecisiete años justamente para la fiesta de Santa Rosa y logré disfrutar de toda la celebración incluida una corrida de toros y danzar alrededor de la plaza, además de conocer a la numerosa familia de mi madre.

Ojear y releer nuevamente este libro desde esta parte del mundo nos trae a la memoria numerosos recuerdos que de pequeño escuchaba sobre la vida y las costumbres de la tierra de mi mamá.

Ya me era familiar escuchar hablar sobre Luis Pardo y sus aventuras de bandolero que robaba a los pobres para dar a los ricos. Saber que la tía Veneranda Pardo era unas de sus numerosas hijas atribuidas a este icono chiquiano. Frases como Rumiñahui, Pallas, Mayordomos, Mayoralas, me sonaban cercanos, también los apellidos como Ñato, Bracale, Aldave, Gamarra siempre llegaron a mis oídos con mucha continuidad por los relatos que tantísimas veces contaba mi madre sobre la fiesta principal del pueblo.

Y aunque el libro no hable esto, también recuerdo los cuentos de “aparecidos” y “fantasmas” que mis hermanos le pedían a mamá que cuente, especialmente en las noches y que ella comenzaba diciendo “…. Una noche en la hacienda de fulano de tal se le apareció una mujer muy bella a un caminante…..”  yo y mis hermanos estábamos trenzados, casi trepados sobre mama, metidos en su cama escuchando atentos la misteriosa historia que ya sabíamos que el final nos iba poner los pelos de punta.

El libro, además de describir detalladamente, como hemos explicado líneas arriba, todo sobre Chiquian, va acompañado de una colorida y variada cantidad de fotos que realmente resalta cada página y nos sumerge prácticamente a ser protagonista y estar allí en el mismo pueblo disfrutando de sus bondades.

Entonces al ver algunas fotografías me recuerda la imagen del tío Alico Calderón, el viejo tío que era como el tronco de la familia con su viejo saco y su típico sombrero, así algo barbado y que aún logré ver como desgarraba con sus dedos mi pequeña guitarra y le sacaba algunas notas de uno que otro yaraví y otros huaynos. La chicha de maní que la tía Jesusa preparaba y vendía en su pequeña tienda acompañada de la prima Hilda y que yo alguna vez ayudé a su preparación, aunque solo echándole el azúcar al gusto.


Es Chiquian esa tierra que yo guardo recuerdos que mi madre siempre nos inculcó, el lugar de nuestros viejos tíos de esa raíz de la familia materna. La tierra de Papa Alico de Mama Diega hermanos mayores de esa generación que seria larguísimo mencionar. Lugar donde no olvido la costumbre de usar unos diminutivos en los nombres como la prima Beacha por Beatriz, el tío Anacho por Anatolio y también el de mi madre Aquilina a quien llamaban Aquicha.

La tierra que una vez un cajamarquino como el tío Víctor que llegó seguramente a cumplir su servicio como miembro de la Guardia Civil y que nunca imaginó enamorarse de una linda chiquiana como la tía Teodora. Una historia de amor que a mi madre le cupo como tía mayor darla en matrimonio al joven enamorado que daría como frutos de amor nueve hijos. El primo Hugo Agüero Alva, segundo de todos ellos ha escrito este libro:

30 DE AGOSTO EN EL PUEBLO DE CHIQUIAN, como un legado para las futuras generaciones de chiquianos.

Cien goles

Por: Néstor Rubén Taype


- ¿Escuchaste lo que dijo el “Muerto” Pinzás?

- No, ¿Qué dijo?

- Que anoche jugaron un partido de fulbito y ganaron por cien goles

- Están locos.


Finales de los setentas y la oficina estaba llena de jóvenes con toda la energía de la diversión, las fiestas, los tragos y las chicas.

Los dos jovencitos veinteañeros, se habían quedado muy intrigados por esa  conversación de los cien goles. Con mucha prisa y a la salida del trabajo abordaron a Javicho. - Oe, compadre; como es eso de los cien goles que te dijo el Muerto. - Jugamos todos los martes - respondió - si quieren, vengan la siguiente semana, ya saben el día, once de la noche, en mi jato.


Javicho tenia como seis meses en la compañía, era muy jovencito como lo eran los demás empleados en la década de los setentas. Era bajo de estatura de cabello negro ondulado y usaba unos bigotes al estilo Dalí. Desde que ingresó llamó la atención por lo que hacia. En la celebración del día de la Madre, en la oficina se recitó unos soberbios poemas alusivos a la fecha que hicieron soltar mas de una lagrima al personal, especialmente las damas. Payaso, era un show en las fiestas contando chistes, ademas con gran carisma caía bien a donde llegara.


Los dos muchachos curiosos llegaron el martes media hora antes de la cita. Javicho los hizo pasar a su departamento, donde según él, vivía solo.


- Aquí tengo un par de pantalones buzo que les puede quedar para el partido.


Les pareció bien cambiarse para no romper el pantalón de uniforme y puestas las zapatillas, salieron juntos. Llegaron a un parque que estaba siendo regado por uno de la mancha que.


- Oe, creo que llegamos en mala hora, esta regando el parque.

- Así jugamos muchachos no se preocupen - dijo Javicho.


Había una iluminación muy baja en ese lado del parque, y el riego del pasto continuaba - déjalo bien mojado Piero- gritó alguien.


El grupo estaba conformado por muchos blanquitos miraflorinos, lugar donde residía Javicho. Después de manera uniforme como si se tratara de acólitos a una religión se juntaron a un costado que no estaba mojado. Eran mas de una docena, incluyendo a los invitados curiosos.

La noche los ocultaba y apenas iluminada por una tenue luna, las actividades de aquel grupo se desarrollaban con tranquilidad y se sentaron todos haciendo un circulo. Javicho fungía de “sacerdote” sacó un enorme papel blanco tamaño de un periódico y luego de extenderlo delicadamente, hecho una buena cantidad de hierba, según ellos fresca y lozana directamente importada de Colombia. Mientras Javicho envolvía cuidadosamente el enorme pucho, los dos jovencitos, curiosos de los cien goles, observaban el rito; todos guardaban un complice silencio.

Después procedió a encenderlo y a “golpear” luego de varias pitadas comenzó el traslado del enorme cigarro, si así se le puede llamar, a cada uno de los allí sentados. Lo dos curiosos ya habían pasado esta “experiencia” en una fiesta, sabían que para no “caer” el secreto estaba en no “golpear”, y botar el humo solapadamente. Llegado el turno para ellos, hicieron lo acordado y pasaron la prueba, total el resto estaban en lo suyo por disfrutar sus momentos y no se daban cuenta de nada.


Terminada la faena del “vacilón” con el enorme “troncho” se pusieron de pie e inmediatamente dos patas se la rigieron para escoger sus respectivos jugadores. Se daba inicio al juego en ese grass mojado, que en algunos sitios era huecos con barro. El partido empezó y luego de unos diez minutos de juego, los dos jovencitos curiosos se dieron cuenta que ya no había diferencia de un equipo con el otro. Que se pateaba al arco mas cercano sin que nada importe. Las patadas o “fouls” no se sancionaban, todo era un chongo de empujones, puras risas y el partido se terminaba cuando el cansancio vencía. El marcador era solo un invento porque nadie sabia cuantos goles se habían hecho. Todos terminaban embarrados de barro, de los pies a la cabeza, algunos “pasados” descansaban dormidos y recostados con la boca abierta en algún arbusto o árbol; como esos soldados muertos después de una batalla.


Uno de los curiosos preguntó - Javicho ¿quién ganó? - Nosotros, por cien goles.

- ¿Y ahora que hacemos?

- Regresamos a mi jato, se cambian y se bañan, si quieren y de allí nos vamos a comer salchipapas al aeropuerto.

- Oe, el aeropuerto esta lejos 

- No huevón, aeropuerto es el nombre donde la venden - respondió Javicho, que feliz entonaba su salsa preferida 

- Me tengo que ir!!









Mi propio sendero

Antonio “El Ché”

 “ No ché no bebo, no puedo, te acompaño con un jugo de naranja nomás, mirá ché como te estaba diciendo, al principio tenés que luchar con...